2.13.2008



EL SIGLO XIX




A mediados del siglo XIX, con el surgimiento de las goletas viveros, la industria pesquera cubana adquiere un mayor despliegue, por las posibilidades que brindaban estas embarcaciones para la conservación de la captura (Mar y Pesca, No. 319. Diciembre 1999, Tradiciones pesqueras cubanas (III), LA PESCA EN EL PERIODO COLONIAL, Enildo Gonzalez Pérez). El desarrollo de las investigaciones científicas de la ictiología cubana, desarrolladas por Don Felipe Poey, coinciden precisamente con este período. Resulta significativo que una obra de la centuria precedente, la Descripción de diferentes piezas de Historia Natural, publicada en 1787 por Don Antonio Parra, no menciona especies tan llamativas como las agujas, que sí describe Poey en sus libros y artículos.Las investigaciones ictiológicas de don Felipe Poey y Aloy (1799-1891), luego continuadas por las de Juan Vilaró Díaz (1838-1904) sirvieron en buena medida para extender el conocimiento de las diversas especies de peces en las aguas marítimas en torno al archipielago y en ese sentido contribuyeron a sentar las bases para el desarrollo de la pesca deportivo- recreativa en Cuba. "Entre los aficionados y pescadores instruidos que me han suministrado toda suerte de datos para el reconocimiento e historia del Pez, nombro con gratitud a Dn. Cirilo Dulzaides, Dn. Luis Barreto y D. Pablo Lesmes", escribe Poey en su Ictiología Cubana (Véase el Prólogo, en el Vol.I, página 72, de la edición de esta obra en 1955).Desde mediados del siglo XVIII la metrópoli comienza a manifestar cierto interés en la pesca y de ello comienzan a aparecer las primeras regulaciones coloniales para esta actividad. En ese entonces, como señala el historiador Enildo Gonzalez Pérez, "quien quisiera salir a pescar tenía que pedir autorización al Comandante de Marina de la Plaza, señalando en qué embarcación, con quienes iba, los dias que permanecería fuera y qué se proponía pescar, teniendo que presentarse al término del permiso en la Comandancia para que se verificara lo pescado..." (Gonzalez Pérez, Enildo: Tradiciones pesqueras cubanas (VIII), REGLAMENTACIÓN Y CONTROL DE LA PESCA EN CUBA COLONIAL, Revista Mar y Pesca, Num. 324, octubre de 2000, p. 44).


El 3 de enero de 1803 la Intendencia del reino reclamó de su homóloga en la colonia cubana razones acerca de la clase y cantidad de la pesca que se hace en las costas (...), de la gente que se ocupa de ella y del método que se observa en su beneficio, además de recabar ideas para fomentar este renglón y las trabas que se oponían a ello.Los intereses piscatorios comienzan a perfilarse en el sistema legal de la colonia cuando el 3 de mayo de 1834 la Reina firmó una Real Orden que define la caza y la pesca en aguas interiores de los territorios españoles. "Esta disposición tiene mucho interés ya que es la primera que define la pesca en aguas interiores en Cuba; pero consideramos que detrás de ellas estaba el propósito de establecer los derechos que tenían los propietarios de tierras que colindaran con rios, lagunas u otras aguas interiores". Otorgaba el citado documento a los dueños de propiedades cercadas y a los arrendatarios por ellos autorizados el derecho a pescar en aguas estancadas incluidas en su propiedad, sin importar el procedimiento empleado para capturar los peces. En estanques y lagunas situados en tierras abiertas se prohibía pescar mediante el envenenamiento "o inficionando de cualquier modo el agua".En en su folleto "Apuntes sobre la pesca en Cuba colonial", Enildo Gonzalez Pérez copia parte del articulado de las disposiciones reales en relación con los ríos, arroyos y canales:







"40.- En las aguas corrientes o que sirven de linde a tierras de propiedad particular, podrán los dueños de estas pescar desde la orilla hasta la mitad de la corriente, con sujecion a las descripciones y nadie podrá hacerlo sin su licencia. "41.- En las aguas corrientes, cuyas riberas pertenezcan a propios, podrán los ayuntamientos arrendar la pesca con la aprobación del sub-delegado de la provincia y los arrendatarios podrán dar a otros licencias para pescar, pero todos estarán sujetos a las restricciones expresadas. "42.- En las aguas corrientes cuyas orillas pertenezcan a baldíos, o a propios en el caso de no estar arrendada la pesca, se declara esta libre hasta la mitad de la corriente para todos los vecinos del pueblo a cuyo término pertenezcan las orillas, y no a los de otro pueblo, aunque tengan comunidad de pastos. Las justicias podrán dar licencias para pescar a los forasteros; pero tanto éstos como los vecinos, estarán sujetos a las restricciones designadas". Entre las mencionadas restricciones, se subrayaba la prohibición de envenenar las aguas y pescar con redes o nasas cuyas mayas tuvieran menos de una pulgada castellana. El enfasis recreativo de la pesca en esta ordenanza aparece en el siguiente artículo: "47.- Desde el 1ro. de marzo hasta último de julio se prohibe pescar no siendo con la caña o anzuelo, lo cual se permite en cualquier tiempo del año".(Apuntes sobre la pesca en Cuba colonialEnildo Gonzalez Pérez, Mar y Pesca, 1998)







De acuerdo con el testimonio de un viajero norteamericano, el reverendo Abiel Abbot, antes de 1834 existían otras normas: "Los rios de esta isla hasta ahora son considerados como de propiedad real, o pública, y tampoco se considera como sujeta al dominio del propietario de las tierras a través de las cuales corren una faja de ocho varas a cada lado de ellos. El propietario de la tierra, al igual que el cosechero de tabaco, puede verse confrontando el grave inconveniente de que un precarista (squatter, como decimos descriptivamente en nuestro país) pueda ubicar su rancho en cualquier parte de la margen del rio que le plazca, pero esto con la condición de que lo haga con el propósito o el pretexto de pescar" (Abbot, Abiel: CARTAS escritas en el interior de Cuba, entre las montañas de Arcana, en el Este, y las de Cusco, al Oeste, en los meses de febrero, marzo, abril y mayo de 1828. Colección Viajeros. Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, p. 267).







En la década del 1840 John G.Wurdemann hace referencia a "Las veinticinco yardas de las margenes del río pertenecientes a la corona" (Wurdemann, John G.: Notas sobre Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p.339)."En el año 1852 el Comandante General de Marina del Apostadero de La Habana ordena que losvecinos que soliciten permiso para pescar fuera y dentro de la bahia, deben presentar undocumento del gobierno civil para acreditar a la ersona a quien se le concede, y que no podránhacer los trámites si no traen certificación del celador del barrio donde residen que acredite laidentidad de la persona, como aquellas que se expedian para obtener pases de transito" (Apuntes sobre la pesca en Cuba colonial Enildo Gonzalez Pérez, Mar y Pesca, 1998).







En 1890, una década después de que un primer intento serio de ordenamiento del sector se llevara a cabo, con la creación en Cuba de la Comisión Temporal de Pesca, entra en funcionamiento la Comisión de Pesca del Apostadero de La Habana, en virtud de las nuevas estrategias previstas en la Ley de Pesca instaurada por Real Orden de 13 de junio de 1889. La mencionada Comisión se ocupó en dictar medidas de protección para un grupo de especies de interés pesquero comercial, entre ellas los quelonios, crustáceos, ostras y moluscos, para los cuales se establecieron épocas de veda. Para los peces se fijaron tallas y pesos mínimos: 120 gramos o 4 onzas para la biajaiba, el ronco u otros parecidos; 230 gramos para el pargo, la cherna o la lisa, 15 cm para la langosta.Resulta significativo que todo esa labor de ordenamiento de la industria pesquera colonial, fuera precedida en tres años por un reglamento para la concesión de licencias de pesca y caza más bien deportivas, aprobado el 15 de octubre de 1886 y publicado en la Gaceta de Madrid el 13 de noviembre del mismo año; por Real Orden del 18 de junio del siguiente, se instrumentó su cumplimiento.El placer de pescar en el siglo XIXA la centuria del 1800 pertenecen las primeras fuentes documentales que nos sirven de argumento para historiar la afición cubana por las lides del sedal y los anzuelos. Ya en esta etapa la pesca recreativa, no deportiva sino solo como actividad de tiempo libre, comienza a manifestarse como una tradición asumida por el cubano. No tiene tal vez el impacto de otros entretenimientos, como podrían ser las peleas de gallos, los bailes, el teatro, la rutina de los juegos de mesa o incluso los paseos vespertinos en volanta por las calzadas de extramuros de La Habana colonial, pero ya los periodistas y escritores reparan en ella siquiera como nota de color.







Una de las más tempranas narraciones cubanas, que impactaron a los lectores cubanos mucho antes de que Cirilo Villaverde diera a la imprenta su conclusiva Cecilia Valdés, contiene una mención a la pesca recreativa. Se trata de Una Pascua en San Marcos, del narrador y poeta Ramón de Palma y Romay (1812-1860), publicada por primera vez en la revista El Album, de La Habana, en 1838. En el relato de un excursión de jóvenes de uno y otro sexo a la laguna de Piedra que el autor localiza en la región de Artemisa, dentro de un paisaje cafetalero, leemos:







"Corto fue el desayuno que tomaron señoras y caballeros, pues cada cual ansiaba entregarse a losplaceres campestres de que se había propuesto disfrutar. Todo convidaba a ello en aquel sitio. Lalaguna colocada como un grandioso espejo en la inmensidad de las sabanas para que se contemplase el cielo en sus cristales, ofrecia su seno cuajado de abundosa pesca, y las canoas estaban a punto de conducir a los pescadores por sus calladas y tranquilas aguas". (Tomado de Un siglo del relato latinoamericano, Casa de las Américas, La Habana, 1976).Casi veinte años antes de que Palma publicara su relato, ya los pobladores de la villa de Fernandina de Jagua (fundada en 1819), la actual Cienfuegos, tenían precisamente la pesca entre sus pasatiempos favoritos. La practicaban desde tierra o en pequeños y rusticos barquitos construidos con troncos de cedro o ceiba, ahuecados mediante el fuego, llamados cachuchas. (Emma Sofía Morales, "La manta de Bárcenas", Trabajadores, 10 de septiembre de 1988). Todavía en 1943, la prensa cubana reportaba la existencia de cayucos construídos de una sola pieza de ceiba, tipo de embarcación muy primitiva que era corriente en la zona de Manzanillo, en la costa del golfo de Guacanayabo, al sureste de la isla. (Carteles, año 25, no. 6, 7 de febrero de 1943).







En el relato de su estancia en Cuba entre febrero y mayo de 1828, el citado viajero norteamericano Abiel Abbot realiza algunas menciones de la recreación pesquera en aguas de la Isla. En una ocasión, bajando de una hacienda cafetalera hacia la región de San Marcos, en los llanos al occidente de La Habana, el reverendo anota el cruce de un rio que designa como "principal", del cual juzga que por su dirección debía desaguar en la bahia de Mariel. "Por su cauce corria considerable cantidad de agua, aunque estamos en epoca de sequia, y se advertían muchos pecesillos que podrían servir de diversión al pescador, y quizás recompensarle el esfuerzo" (Abbot, Abiel: CARTAS escritas en el interior de Cuba, entre las montañas de Arcana, en el Este, y las de Cusco, al Oeste, en los meses de febrero, marzo, abril y mayo de 1828. Colección Viajeros. Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, p. 281).







Hacia el occidente del país era marcado el gusto por la pesca. En el hato de Sagua, al pie del Pan de Guajaibón, encuentró Cirilo Villaverde a una señora casada,veinteañera ya con cuatro o cinco hijos. Era de dulce voz, de rostro regular: frente serena, ojos azules, nariz agraciada y un apacible aire de modestia (o más bien de santa resignación). Ella no había salido del hato en seis años y con frecuencia se veia "sola y desamparada, en unión de sus dos hermanas mayores y sus hijos, pues el marido, como sucedía al presente, llevado de su afición a la pesca se pasaba los tres y los cuatro dias fuera de casa. Tambien nos dijo, con una tranquilidad admirable que su cuñado (...) no le había acompañado en la pesquería aquella vez, porque se temía que los cimarrones que la semana anterior habían asaltado la hacienda del Caimito, de allí a cuatro leguas, cayesen sobre Sagua" (Villaverde, Cirilo: Excursión a Vuelta Abajo. Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1981, p. 198. La obra fue originalmente editada en los periódicos, entre 1838 y 1842). Otro ilustre cronista del occidente cubano, Tranquilino Sandalio de Noda, hace una referencia notable en el capítulo de sus Cartas a Silvia, publicado el miercoles primero de abril de 1840 en Diario de La Habana: "El baile y el canto son las diversiones favoritas del vualtabajero juega a los gallos con frecuencia y con bastante afición: corre á pesquerías, más por placer de embullarse ó reunirse que por el interés de lo que va a pescar: pero su gran placer es cantar".







Ya la prensa de mediados del XIX comienza a traer algunas noticias de la pesca que gusta al cubano. Veamos lo que Diario de La Habana publica el 24 de octubre de 1845, tomado de La Aurora, de Matanzas, que lo editó cuatro dias antes:"Arribazón En los primeros vientos del Nordeste que hemos tenido días atrás, ha sido visitada nuestra grandes: sin embargo, muchos han sido los pescadores que han concurrido á hacerles la guerra, logrando inmolar muchos cientos al filo de los anzuelos. En la madrugada del día 16 había un sin número de botes en la bahía y el que mas y el que ménos hizo su buena revancha".La llegada del cardumen del gustado lutjánido es ya un acontecimiento que merece espacio en el diario oficial de la colonia. En la misma época del año, pero un lustro más tarde, aparece la breve reseña entre las noticias locales de la capital: "-PESCA.- Los aficionados á la pesca están muy contentos con motivo de la arribazón de pargos y costaneras que según su dicho hay al presente.- Nosotros creemos que no serán ellos solos los que estén alegres, pues hay muchos que sin ser aficionados á la pesca son amigos del pescado frito y en escabeche".(Gaceta de La Habana, 2 de octubre de 1850)







De este modo, nada extraña que algún poeta asumiera el tema, lo mezclara con una porción de sentimientos amorosos y pusiera en letra impresa uno de esos poemitas romanticoides que algunos enamorados de la época dedicaban a las muchachas de buena familia. Este se titula "Alisa pescando" y viene a servirnos al menos para demostrar que la pesca a vara era conocida, algo que de manera gráfica apareció probado en un grabado de la firma de A. Suarez y Romero, que la Revista de La Habana, publicó en 1853, e impreso en el taller litográfico de G. Muguet, Obispo 37. Dicen los versos:






"Depon la caña traidora



Que lleva oculto el anzuelo;



Alejate, pescadora, del bullicioso arroyuelo



que el sol con sus rayos dora".







Una de las evidencias más concluyentes de que la pesca recreativa había entrado en los hábitos de la población cubana lo constituye el servicio de embarcaciones que a la entrada de la bahía se ofrecia para la práctica de esta afición. Lo menciona José Rivero Muñiz en su obra Tabaco, su historia en Cuba (1965), donde refiere que en un sitio denominado La Pastora o Pescante del Morro, "se hallaba precisamente donde hoy se levanta el monumento al generalísimo Máximo Gómez en la Avenida del Puerto, y del cual partían los guadaños que condicían a las personas que deseaban trasladarse a la orilla opuesta, es decir, el pescante de la Cabaña, o que salían de pesca utilizando esos pequeños botes" (p. 257).Si alguna confirmación hiciera falta de lo informado en la cita anterior, tenemos a mano una fuente bien conocida por la hitoriografía cubana, el libro Cuba a pluma y lápiz, del norteamericano Samuel Hazard (1834-1876):"...la mayor parte de la pesca se efectúa en el litoral de las inmediaciones de La Habana y particularmente frente a la bahía; y si el viajero quiere gozar del deporte pesquero, cualquier botero de los estacionados en la Punta le proporcionará los medios de satisfacer su deseo" (Hazard, Samuel: Cuba a pluma y lápiz. Cultural SA, La Habana, 1928, p. 96).







Hazard estuvo en Cuba hasta poco antes de estallar la Guerra de Independencia, en 1868, y publicó su obra en 1871 en Estados Unidos e Inglaterra. La edición cubana formó parte de la Colección de Libros Cubanos que dirigió Fernando Ortiz.No faltan deferencias a la pesca en las crónicas de otros viajeros que, por temporadas o en extensos períodos, hicieron de la campiña cubana su coto de vacaciones "…Los aficionados a la pesca pueden gozar de ese deporte en las aguas de la bahía de Cárdenas", se lee en las Notas sobre Cuba de John G. Wurdemann (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 12) y páginas más adelante, al referirse a algunos norteamericanos, los describe "preparando sus cuerdas de pescar para entregarse a su diario deporte" (Ibidem, p.20).







Probable uno de los más entusiastas de todo el período decimonónico lo haya sido el "pintor de género y retratista" inglés Walter Goodman, quien llegó a Cuba en 1864 y estuvo hasta 1869. Durante una estancia en Santiago de Cuba, Goodman acepta una invitación a pasar unas semanas en La Socapa, que describe como un pequeño pueblo de pescadores al cual solo se llega por mar. Allí veraneaban los santiagueros en casas alquiladas, haciendo traer los muebles desde la ciudad."No hay trampolines, ni muelles, ni pocetas en La Socapa. Tampoco existen casetas para desvestirse. Los que desean tomar un baño de mar se van a un punto aislado de la costa y cambian sus ropas ocultos por las rocas o la manigua. Los tiburones, que tanto gustan de satisfacer su voracidad en pies y brazos humanos, suelen acercarse por tales aguas, y los que se bañan en el mar no se aventuran más allá de ciertas piedras grandes que se han colocado para señalar el límite de seguridad" (Goodman, Walter. La perla de las Antillas. Un artista en Cuba. Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965) .Unas veces pescan desde la costa, o dedican las noches a coger langostas a la luz de antorchas, navegando en lanchones sobre fondos someros, y algunos días van a pescar los peces de los ríos que "son propios de titanes" (Ibidem, p.197). Durante la visita a un ingenio improvisan un albergue en las márgenes del río que corre cerca de la casa de vivienda. Allí cuelgan sus hamacas por la noche y sus escopetas y algunos avíos de pesca. Podemos obtener buena pesca en el río ancho y profundo que fluye a nuestros pies, y en dirección contraria existen buenas piezas en las que utilizar nuestras escopetas" (Ibidem, p. 199-200).







En un libro entre curioso y sorprendente, en el que palpita como en pocos la vida cotidiana, a veces felíz, siempre esforzada y en ocasiones trágica, de los cubanos de a pie del siglo XIX, hallamos algunas referencias valiosas por su inmediatez, del papel de la pesca para el cubano campestre, concretamente en la región de Camaguey. La vida pública y secreta de Encarnación de Varona, se titula la obra, escrita por Modesto Gonzalez Sedeño y editada por el Centro de investigación y desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello en el 2004.Mediaba la centuria del diecinueve y el padre de la protagonista del libro está tratando de convencer al propietario de una agencia de coches para que le facilite el transporte para un viaje de 18 leguas (algo más de 76 kilometros) desde Puerto Príncipe hasta su finca, llamada El Caimán, nombre que le venía de la abundancia de estos reptiles en lagunas, esteros y desembocaduras de rios cerca de la costa. Explicándole al viejo cochero los detalles, recuerda a este su afición a la caza y la pesca y le invita a acompañarle al viaje, que en la época no era menos que toda una aventura.El diálogo entre los dos hombres es toda una revelación para el amante de la naturaleza cubana. Hablan de lagunas que parecen míticas, de tanto pato, tanta grulla, tanto flamenco que penetra en bandadas en los poblados y tantos guacamayos en los guayabales próximos consumiendo la fruta.







Veguita, el agente de coches, dice que no es muy conocedor de la costa sur, "pero sí he cazado y pescado mucho en las costas de Morón, donde tambien se encuentra el flamenco y la grulla". Aceptará en difinitiva la invitación en otro momento, a condición de que en las correrías campestres se sostengan con las biajacas que pesquen, entre otros silvestres alimentos. Pero más que el viaje en perspectiva, tiene en mente Veguita preguntarle a su experimentado amigo un dato histórico:"...Usted, que es hombre muy conocedor, cuénteme si ha visto alguna vez por esas costas un guaicán de los que utilizaban los indios para pescar, pues yo me he pasado la vida tratando de pescar uno, amarrarlo con una cabuya por la cola y echarselo a las tortugas para cogerlas con la ventosa del guaicán como hacían los indios y hasta ahora no los he encontrado en ninguna parte".







"Si usted supiera Veguita -le responde Varona- que en los años que tengo solo he oido hablar del guaicán en los cuentos de los viejos; pero nunca he visto uno de esos pejes". (Gonzalez Sedeño, Modesto: La vida pública y secreta de Encarnación de Varona. Centro de investigación y desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello [Ciudad de La Habana, 2004], p. 84.)Acompañó Encarnación a uno de sus hermanos, Luis, a visitar la casa de una muchacha a la que pretendía en amores y relata que vio allí "la representación de la más absoluta miseria" en aquel hogar donde vivían cuatro mujeres, tres hombres y dos niños. Era escaso el mobiliario y la ropa, pero abundaba la honradez y la amabilidad. "Comimos muchas biajacas, que había en abundancia". (Ibidem, p. 108).La biajaca criolla (Cichlasoma tetracantum), pez autóctono, parece haber estado siempre al alcance del necesitado. De hombres que vivían de esta pesca escribió en el siglo siguiente Onelio Jorge Cardoso. El pudiente "No come peje de lagunas porque dice que sabe a fango, no sabe que sabe a gloria" ("Pescador de agua dulce", revista Carteles, 1958. Tomado de Jorge Cardoso, Onelio: Gente de pueblo, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980).









En medio de las duras penurias de la Guerra de Independencia, en el año 1871, los mambises camagueyanos se sostenían a veces con "biajacas fritas en grasa de coco y unas yucas cocidas que sirven en platos confeccionados con yaguas". (Gonzalez Sedeño, Modesto. Obra citada, p. 136). Un par de brazadas de pita, un anzuelo salvado con mimo del oxido, clavada su punta en el tapón de corcho que le servía de flotador al aparejo. En cualquier parte una cañabrava flexible, y la lombriz descuidada en la tierra húmeda: ahí estaría el pez, en la cañada que llenaban las lluvias y en la laguna que desafiaba la seca. Un día descontado al hambre porque el mambí sabía tambien pescar.




Durante el siglo XX, la pesca deportiva cubana logró espacios en la prensa y en limitada medida llegó a convertirse en un producto turístico. El presente estudio debe continuar hasta abarcar asimismo la totalidad de dicho proceso hasta hoy, brindando soporte documental a las nuevas propuestas para el desarrollo de esta actividad: mayor aprovechamiento social, mejores productos turísticos y con mayor sostenibilidad. Absoluta responsabilidad ambiental. Ese y no otro, debe ser el camino responsable que hoy iniciamos.Cienaga de Zapata, 26-27 de septiembre de 2006



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