2.13.2008

PILAR
EL YATE DE HEMINGWAY
Mar y Pesca, No 313, Febrero 1999, p. 32

Sin lugar a dudas el yate Pilar todavía sería un “fuera de serie” entre las embarcaciones dedicadas hoy a la pesca deportiva en nuestro archipiélago. Después de comparar a su barco con el peso sensual de una hermosa mujer alegre habanera y con la sólida construcción de su propia casa en lo alto de una colina, ningún otro elogio podría esperarse de Ernest Hemingway.

La embarcación, descrita en la novela Islas en el Golfo y en varias de sus crónicas, constituía con razón uno de los motivos de satisfacción del escritor norteamericano, que halló en el deporte de la pesca parte de sus grandes motivaciones literarias y periodísticas.

Aunque cierta renombrada obra le califica de “antigualla”, el yate de madera todavía hoy sería una nave envidiable en la flota local para pesca deportiva, a pesar del resplandor de algunos lujosos yates de plástico y de la falta de sofisticados instrumentos de navegación electrónicos a bordo.

Gregorio Fuentes, patrón del yate Pilar desde 1938 hasta la muerte del escritor en 1961, sostiene también esta opinión y no por razones sentimentales. En realidad el yate fue cuidadosamente concebido, e incluso perfeccionado más tarde, para la pesca de las grandes agujas y sus buenas cualidades no han perdido valor a pesar del tiempo.


El Pilar por dentro

Con 11,86 metros de eslora y 3,65 de manga, el barco de Ernest Hemingway es admirable ante todo por el magnifico aprovechamiento de su espacio interior.

El Pilar tiene en la proa un camarote con cuatro literas desde cuyo interior puede ascenderse a cubierta para laborar con el ancla si las condiciones del mar no fueran adecuadas para transitar por las bandas. En retroceso hacia la popa se encuentra a continuación un compartimiento que aloja, a babor, un servicio sanitario, y a estribor la cocina, habilitada con abundante estantería, fregadero y una nevera para conservar los alimentos en hielo. Entre ambos locales se abre sobre el pasillo una amplia y luminosa claraboya, que contribuye también a la ventilación.

Un área de estar, parte de la cual la tradición a bordo designó como el “departamento etílico”, posee un litera baja convertible en una mesa con dos asientos y otra litera doble que, al abatir la de arriba, será un amplio sofá en tanto no decidan dormir los invitados.

La popa es espaciosa, cubierta en parte por el techo de la tordilla, con otras dos literas –suman nueve- y una sólida silla de pesca frente a la cual existe una nevera para car
nada disimulada en la regala y un rodillo de madera dura para ayudar a embarcar los grandes peces anzuelazos.

Bajo la toldilla queda el puente de mando principal, aunque el barco era gobernado durante las maniobras en puertos y en la pesca desde el puente volante, una innovación adicionada por Hemingway.

Ocultos bajo la cubierta quedan el compartimiento de máquinas, los tanques para agua y combustible y una nevera con capacidad para 2 400 libras de hielo.

Después de un azaroso período de restauración, iniciado en 1979, el Pilar, descansa desde 1992 bajo un pabellón construido en Finca Vigía. Faltan allí únicamente los largos “outriggers” que desplegaban los sedales durante la pesca al troleo e identificaban al barco en la distancia.

Historia sentimental

Ernest Hemingway había sido un ferviente pescador deportivo de aguas fluviales durante su niñez, adolescencia y primera juventud. Tenía 29 años cuando se inició en el verdadero conocimiento del mar, al comenzar en 1928 su residencia en Key West, Florida.

Primero salía a pescar cerca de las cayerías floridianas con algunos amigos, pero más tarde intimaron él y Joe Rusell, propietario de un bar y de la lancha Anita, a borde de la cual vino por primera vez a Cuba en 1932.

Cuando recibió una cantidad de dinero de alguna importancia por sus colaboraciones periodísticas, Hemingway diseñó el barco de sus sueños sobre un modelo de serie y lo encargó a la Wheeler Shipyard, una acreditada factoría naval de Brooklyn, Nueva Cork.

El novelista había pactado con los fabricantes que la entrega del yate se haría en un mes, pero los trabajos se adelantaron y el 9 de mayo de 1934 Hemingway y su amigo Eddie “Bra” Saunders, un Bahamés experto en la conducción de embarcaciones e pesca, recibieron el mismo en Miami, adonde había sido enviado por ferrocarril.

Un representante de la Wheeler Shipyard embarcó en el Pilar en el muelle de Biscayne Bay, donde lo botaron al agua, y acompañó a los navegantes en la travesía hasta Key West, para chequear el funcionamiento del “Chrysler” y el “Lycoming” que propulsaban el barco.

Hemingway, que había adquirido su licencia de patrón y navegante dos semanas antes, piloteó el barco a más de 15 nudos de velocidad, haciéndolo maniobrar en difíciles giros. Quería conocerlo a fondo y asegurarse de sus condiciones; el barco no lo defraudó jamás.

La temporada de pesca en la Corriente del Golfo estaba muy avanzada ese año, pero Hemingway estaba colmado de compromisos de trabajo a su retorno de Africa. Finalmente el 18 de julio, con dos ictiólogos y parte de su familia a bordo, puso proa a Cuba para hacer su campaña de la aguja como en los dos años anteriores.

Permaneció hasta septiembre en esta agua y la pesca no fue tan extraordinaria como en 1933, pero terminó con la captura de una aguja de casta (Makairanigricans) de 420 libras de peso y un reconocimiento por su apoyo a la investigación científica de los peces de la Corriente del Golfo.

Durante 27 años surcó el Pilar las aguas. Sobre el entarimado de su puente Ernest Hemingway conoció como el que más las aguas septentrionales de Cuba. Halló un sitio para descansar en Cayo Médano de Casigua, patrulló la cayería Norte de Camaguey en busca de submarinos alemanes, pescó sábalos en Batabanó. . .

Al cumplirse el centenario del natalicio de su propietario, quien lo legó a Gregorio Fuentes, el yate sigue siendo la más preciada huella material de su memoria, que es para los cubanos el recuerdo de un artista que se hizo amar sin desmentir las virtudes y defectos de su vital humanidad.

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