6.08.2008

Falleció Milera el 22 de mayo de 2008. Dondequiera que durante las últimas tres décadas se haya realizado un torneo cubano de pesca se conoce a aquel a quién nombramos. A pesar de lo relevante de su obra como malacólogo, José Manuel Fernández Milera queda para la memoria viva e histórica de la pesca deportiva cubana como uno de sus ictiólogos imprescindibles.

Autor de más de 60 artículos acerca de la fauna cubana, y de los libros Polimitas y Joyas de Cuba, este último acerca de los moluscos marinos del archipiélago, Milera mostró a lo largo de su vida una afinidad excepcional por los pescadores aficionados, a quienes acompañó como un cercano amigo lo mismo como jurado de torneos o directivo de la federación de pesca, además de contribuir con textos divulgativos de su firma al desarrollo científico y cultural de los deportistas de las líneas y los anzuelos.

Junto a los valiosos investigadores Darío Guitart y Mar Juárez, daría comienzo en 1978 esta íntima relación, con un estudio acerca de las pesquerías deportivas de agujas en la costa noroccidental cubana, que es aun uno de los contados casos en que la ciencia cubana ha tomado en serio esta afición, por el interés que en esa fecha existía en desarrollar esta actividad recreativa como producto turístico. Desde entonces, Milera fue una presencia indispensable en la recepción de las capturas de los peces de pico en competencia, que antes de exhibirse como trofeo a cada ejemplar era medido, identificado su sexo y determinado el grado de maduración de sus glándulas sexuales.

De la ciudad litoral de Cárdenas, en el norte de Matanzas, venía el vínculo. Allí le llevó la familia con cuatro años de edad, en 1934, y creció con los ojos puestos en el mercado de pescado de la población, en cuyas tarimas trasegaban cada día cinco mil libras de captura, vendida fresca, eviscerada y descamada, para el consumo municipal. Cuando no iba por sí mismo a buscar nuevos ejemplares en las cajas, las piezas valiosas llegaban a su casa en manos del mesillero Pablo Lasicot o del negrito Griñán.

Entre su infancia y su primera juventud desarrolló una vocación definida y definitoria en su vida: La pesca. Los peces. Milera guardó hasta el final de sus días un recuerdo agradecido por la biblioteca del museo Oscar María de Rojas, donde estudiaba durante los años en que vivió en Cárdenas, y su mesura se escapaba a otra parte cuando recordaba cierta época más reciente en que el edificio de la institución sufrió deterioro, y un funcionario innombrable apiló los libros de la biblioteca en el patio, los echó en un camión y los llevó a una fabrica para convertirlos en pulpa de papel.

En 1959 retornó a la capital con 29 años de edad. Había nacido en el señero barrio de Marianao. El 3 de marzo de ese año conoció al capitán Andrés González Lines, encargado de reorganizar el sector pesquero en el país, quien le encargó la creación de 10 cooperativas de pesca en Las Villas y La Habana. Después fue nombrado director de Delegaciones Pesqueras, que en número de 83 agrupaban a 14 000 pescadores. “Fue la vez que más poder tuve. Tenía tres secretarias para atender la correspondencia”, dijo de aquel período como dirigente. Más tarde le encargarían la dirección técnica del Jardín Zoológico de La Habana de 1961 a 1965; los nueve años siguientes los pasó como director del Acuario Nacional de Cuba, al culminar cuyo encargo se incorporó a la Academia de Ciencias de Cuba y continuó el transito histórico de esta institución, ubicado sucesivamente en el Instituto de Biología, el Instituto de Zoología y el Instituto de Ecología y Sistemática.

Veíamos con frecuencia a Milera durante los últimos tiempos. Lúcido siempre, la carga de los años hicieron lento y algo encorvado su andar; medio solitario en una habitación de la Federación de Pesca durante los días laborables, animoso cuando el fin de semana salía a retar el improbable transporte capitalino, para ir a veces tan lejos como Artemisa, para visitar a alguno de sus hijos.

El 4 de diciembre de 2006 José Fernández Milera recibió el "Premio Nacional de Ciencias del Mar" que le otorgó el Comité Oceanográfico Nacional. Ahora su nombre entró en esa relación de ictiólogos cubanos que comienza con don Felipe Poey, sin negarle méritos a la curiosidad dieciochesca de Antonio Parra, y llega hasta hoy como un legado que entronca la biología con la poética de la identidad, porque nos hace más cubanos conocer el pez, el ave, la hierba, el paisaje.

No hay comentarios: