6.22.2015

ERNEST HEMINGWAY 
Y LOS MUCHACHOS DEL BARRIO.
Alfredo A. Ballester, cubano que hoy reside en la ciudad de Miami, tenía apenas diez años cuando entraba a la mejor arboleda de mangos de su vecindad a hacer cosecha furtiva de la fruta veraniega. El dueño, americano de elevada estatura y cierto prestigio de pendenciero, no tardo demasiado en establecer las reglas: coger frutas si, apedrear las plantas no. Su rabieta con un jardinero a causa del corte de la raíz de la amada ceiba que protegía la casa de Finca Vigía llego caso a hechos de sangre, según recoge la tradición oral del barrio. El tipo podía ser todo lo escritor que quisiera, pero si en un pueblo como San Francisco de Paula eras bebedor del bar de la esquina, gallero y boxeador, tenga por seguro que no va a tener enemigos por la vecindad. Los que llegaran de otra parte ya es otra cosa.
Los muchachos y el grandulón acabaron por hacerse amigos. Probablemente la mitad de ellos no leyeron una página de El viejo y el mar o Adiós a las armas, como no fuera a toda prisa y a salta-hoja, por aprobar un examen de literatura, pero han llegado edades de varias decenas respetados por los estudiosos del Premio Nobel de Literatura 1954 como fuentes indispensables y fuera de toda duda de las intimidades del escritor y de hechos que se convirtieron en algunas de las ficciones más apasionantes del siglo XX.
Alfredo A. Ballester escribió Ernest Hemingway y los muchachos del barrio para narrar sus experiencias con el narrador norteamericano. A la presentación asistió, vía telefónica, uno de los protagonistas de aquellas correrías infantiles, John Hemingway. Algunos de los ejemplares circulan en San Francisco de Paula y Ballester se pregunta si formaran ya parte del Famoso Museo Hemingway de Finca Vigía. En el reciente 15 Coloquio Internacional Ernest Hemingway, este autor habría tenido un turno privilegiado, sin dudas. Por no tener el pasaporte actualizado, el autor estuvo impedido de viajar a La Habana. Dice el autor:

[M]ientras Gary Cooper y Errol Flynn tenían que pedir cita para ver a Hemingway, nosotros solo teníamos que abrir el portón y entrar.  Me gustaría que mi libro formara parte de lo que el mundo debe conocer de Hemingway, este nutriría más su historia y sus cualidades, ya no solo como escritor, cazador y pescador, sino como ser humano.

Pedro Pablo Pérez Santiesteban, de Publicaciones Entre líneas: aporto a la edición una favorable valoración editorial:
Pero no solo el autor de este libro, logra contarnos sus anécdotas con el afamado escritor, mientras él, junto a los muchachos del barrio, usurpaba jugosos mangos de la finca de Hemingway. También Ballester abre las puertas a la conciencia de la buena relación padre e hijo, a través de la intimidad con su progenitor.
Lecciones de vida, diría yo, se encuentran en las páginas de este peculiar libro, que además cuenta al final del mismo, con una galería de imágenes que tiene también de forma gráfica, parte de esta historia.
Alfredo, nos lleva de la mano por los amplios y recónditos pasillos de la casa, de la finca Vigía, lugar donde se desarrollan los mayores acontecimientos de esta historia, para acercarnos un poco más a pasajes de la vida de Hemingway; sus gustos, sus aficiones, sus fábulas, y todo aquello que desde la inocencia de unos niños, resultaba incomprensible, al punto de descubrir con asombro, cuando ya la infancia los abandonara, que un día estuvieron muy cerca de una leyenda de la literatura mundial.
Si algo debo destacar, además del valor incalculable de la historia que Alfredo nos cuenta, al permitirnos romper la intimidad de un personaje universal, es las lecciones de educación que un padre trasmite a su hijo, guiándolo así por los principios, que luego lo convertiría en un hombre de bien. Lecciones que el padre de Alfredo le diera en su niñez, y que hoy el escritor, deja como enseñanza de valores a las nuevas generaciones.
Una segunda parte de este libro, refleja diferentes anécdotas y apreciaciones sobre momentos de la vida de Hemingway, y de su personalidad, así como un resumen de las obras que le fueron publicadas al Premio Nobel de Literatura, durante su trayectoria literaria. Otro aspecto, que se muestra en esta parte final del libro, es el desacuerdo de Ballester, con algunos puntos de vistas, dado por otros escritores que han escrito o prologado libros sobre la vida del eminente escritor americano, así como sobre algunas publicaciones en sitios de Internet.
El resumen de este libro: Ernest Hemingway y los muchachos del barrio, en mi criterio muy personal, abarca dos importantes aspectos. El primero: el excelente modo en el que está escrito, donde cualquier pretensión literaria, cede su espacio a la magia e inocencia de la historia. Y segundo: que es de una valía considerable, al dejarnos transitar por los claros y oscuros caminos, del hombre que un día distinguió en la distancia del azul horizonte… a El viejo y el mar…

 Lo que sigue es la “Introducción” a Ernest Hemingway y los muchachos del barrio, escrita por el propio Ballester:
Ha pasado más de medio siglo, y basándome en varios pensamientos de Ernest Hemingway, por fin los tomo muy en serio, llegando a la siguiente conclusión:
Primero, “he vivido la vida como para poder escribirla”. Segundo, “como escritor no debo seguir diciendo lo que he dicho y debo escribir lo que tengo que decir”. Y tercero, “me inspiro porque creo que ese alguien que debe tener las suficientes agallas de pensar para contar esta historia y seguir escribiendo, ese soy yo”.
Lo que he escrito, en este libro, primeramente es una novela en la cual atestiguo la realidad de algunos de mis años infantiles. También incluyo algunos testimonios de personas con la suficiente credibilidad, donde se respeta la veracidad de los hechos ocurridos en aquellos años, por lo que éstos, componen parte del contexto de la novela. Así como una segunda parte del libro, resumiendo temas relacionados a Ernest Hemingway, testimonios y curiosidades de la época, entrevista al escritor, errores y mentiras sobre Hemingway, sus temores, pensamientos y obras del mismo.
Los personajes son reales, con sus nombres verdaderos, incluyéndome a mí.
Mi experiencia de aquellos años 1956-1961, me dio la lección de que todos los seres humanos somos iguales, que la humanidad a veces da categoría de excepcionales a algunos, que se destacan por sus habilidades en la vida, y no estoy en contra de clasificaciones merecidas o no, pero sí aprendí, que conocer a una persona en su forma empírica, sin saber su pasado o presente, sea bueno o malo, nos da la medida de poder evaluar individualmente a cada uno, por cada uno de nosotros. Y es el caso de este “señor alto, corpulento, canoso de cabellos y barba”.
Tuve la experiencia de conocer sin saberlo, a un célebre hombre de las letras, también de los deportes de la pesca y la caza. En el momento de conocerlo no era más que lo que era en realidad para mí: “un simple viejo barbudo y canoso”.
No pretendo relatar la vida de Ernest Hemingway, se ha escrito suficiente sobre este escritor Premio Nobel de Literatura del año 1954, pero es imposible, para quien escriba algo relacionado con este sobresaliente escritor, pasar por alto su vida, su obra, su personalidad, desenvueltas en la lucha entre la vida y la muerte, el triunfo de la victoria sobre la derrota.
Mi objetivo es dar a conocer como persona, algunas experiencias vividas de mi parte, y de otros muchachos, con este señor, que también fuimos parte de la vida de él y, por qué no, que los demás puedan conocerla o ser recordada por aquellos que hace más de medio siglo disfrutaron, como yo, esas aventuras, travesuras y experimentar que un hombre ya cerca de los 60 años de edad, pudiera mantener un alma de niño como la tuvo Hemingway. Lo recuerdo más como cazador, independientemente como al hombre al que le robé sus mangos.
Si de algo nos hablaba era de sus cacerías, es posible que él supiera, que si nos hablaba de sus escritos como corresponsal de guerra o de sus libros ya publicados para entonces, incluyendo El viejo y el mar, el cual le proporcionó dicho premio Nobel, claro, ya había acumulado libros estrellas como Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas, Las nieves del Kilimanjaro, y otros más, dentro de los cuales de una forma u otra el mismo autor manifiesta su personalidad, si nos hubiera hablado de eso, a nuestra edad, no le
hubiésemos prestado atención; en esos momentos, no comprenderíamos de guerras, periodismo, romances, etc.
Quizás deba significar algunas etapas relevantes de su vida, incluyendo alguna sinopsis de sus obras, porque existe la posibilidad que alguna nueva generación no conozca de ellas y sería muy bueno que este libro, que escribí, inspire, abra el deseo de algún joven, a conocer excelentes obras y saber de la vida de un hombre, que su final no fue natural, propiamente: “se la quitó”...
“Conocer a un hombre y conocer lo que tiene dentro de su cabeza, son asuntos diferentes” expresó Ernest Hemingway y ciertamente cuando lo “conocí” personalmente, siendo aún un niño, entre los 7 y 11 años de edad, no conocí “lo que tenía en su cabeza” llegando a la conclusión, después de pasado los años, que él tenía razón, cuando expresó, al pronunciar su discurso de aceptación al Premio Nobel de Literatura en 1954, que:
“Como escritor he hablado demasiado .Un escritor debe escribir lo que tiene que decir y no decirlo.” Digo esto, porque llevo unos 55 años contando por ahí mis experiencias vividas, con este ilustre escritor norteamericano; claro, cuando yo lo conocí, junto a otros muchachos más, era él como ya destaqué, un “ señor mayor de edad con barba y cabellos blancos”, tal como hoy en día los tengo yo, con la diferencia que ya cabellos casi apenas tengo. Mi edad sobrepasa algo a la de Hemingway al morir.
Cada persona tiene su propia personalidad, bien de nacimiento o influenciada por el medio donde se desarrolla su intelecto, aceptando culturas, costumbres, que pueden hacerles hasta comer un
hueso lleno de gusanos, como hacen los esquimales, siendo su manjar preferido. O hasta te brindan a su pareja para reír con ella (hacer sexo) y si la desprecias te matan (libro “El país de las sombras largas”, escrito por el suizo Hanz Ruesch, 1950).
Entonces, no debemos andar por ahí opinando, basado en nuestras propias costumbres. Dejemos al mundo tranquilo, siempre que haya Paz y Felicidad, si éstas no existen, entonces pongamos músculos para lograrlo.
Andar por ahí, sobre todo difamando, sin saber qué se dice, es algo indigno y más cuando ya la persona no está presente para tener el derecho a defenderse.
En este libro, repito una vez más, encontrarán mis vivencias con Hemingway, su finca y sus mangos, pero también a algunos de quienes lo han cuestionado solo por, creerse ellos que pueden lograr hacer ver que saben más que nadie, falseando la verdad con tal de creer que ganarán puntos, aumentar su reputación y solo logran perder credibilidad ante el mundo intelectual y académico.
El ejemplo más significativo, de lo antes dicho, también está en mi primer libro (Memorias de Abecedario) en el Capítulo VIII: “Hemingway en Cuba, fatal error de Norberto Fuentes” (pag.226-230), del escritor cubano Norberto Fuentes, que cuestiona el ideario martiano de Ernest Hemingway, al decir que era preocupante que en el inventario de la finca Vigía, no apareció ni un solo tomo de los 28 de las “Obras Completas de José Martí”. No sé cómo podría tener ese tomo, cuando se editan en el año 1963 y Hemingway muere en 1961; pero además, el prólogo lo hizo el escritor Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, lo que pone en duda los conocimientos de ellos dos, al no darse cuenta de ese error cronológico.
Se ha hablado y escrito mucho de Hemingway: que si era un borracho, mujeriego, deprimido, bipolar, machista, belicoso, aventurero, que sirvió al FBI en la ubicación de submarinos alemanes en el mar Caribe, para disfrutar de ciertos privilegios que no podían tener otros pescadores en sus barcos, pero como en la vida hay contra y pro , también se ha dicho que fue un buen amigo, llegando a poner tan en alto la literatura norteamericana en el mundo de las letras, que además de los Premios Pulitzer y Nobel de Literatura, fue nombrado “El Dios de Bronce de la Literatura Norteamericana”.
Y yo puedo ratificar lo que han dicho otros: El “americano” que vivió en la casa donde robábamos mangos, llegó a ser un amigo de nosotros, de aquellos niños que apenas llegábamos a los 10 o 15 años de edad, siendo cierto lo que dijo siempre: “su finca sería el hogar de todos los muchachos del barrio”.
ALFREDO A. BALLESTER


 
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