EL
CLUB DE LAS DOCE LEGUAS Y LA ESTRATOSFERA
No
importa si vive en un rascacielos en Nueva York, un apartamento de la
evolucionada Moscú o en una villa costera irlandesa: si usted es un amante de
la pesca a mosca, uno de los lugares del planeta con los que usted sueña se
llama Jardines de la Reina. Este título trasuntado de optimismo le fue impuesto
en el siglo XV por el almirante Cristóbal Colon al más carismático de los cuatro
sub-archipiélagos cubanos, una reunión de 661 cayos e islotes ubicado en el mar
Caribe, al suroeste de la isla de Cuba.
Para
la mayoría de los cubanos aficionados a la pesca Jardines de la Reina no es más
que otro sitio remoto donde nunca pondremos un pie. Ahora mismo, la oferta de
pesca que una compañía italiana opera allí podría elevar a unos mil dólares lo
que costaría a un cliente como promedio una sesión de pesca. Aunque el negocio
va para dos décadas, no fueron extranjeros los que descubrieron las fabulosas
cualidades de esa región para el deporte de la pesca.
Es
fácil imaginar lo que habría llegado a ser ese lugar primigenio, si De Mesa
hubiera llegado a concretar sus gestiones, sin necesidad de dejarlo en manos
ajenas. El éxito del producto turístico basado en la pesca recreativa, en
enclaves insulares vecinos, como Bahamas e Islas Caimán, y otros del área, como Los Roques en Venezuela y
Bahía de Ascensión, en México, poseen parte de esta respuesta. La creación, a
partir de 1950, de uno de los torneos de pesca de agujas más nombrados hasta
hoy, el “Hemingway”, fundado por el Club Náutico Internacional de La Habana,
ofrece otra de las claves tempranas de las potencialidades del país para
concebir y gestionar un producto de este tipo, pero ningún proyecto mejor
concebido que el Club Internacional de las Doce Leguas.
La
idea comienza a difundirse en enero de 1944. En la edición de la revista que
sale el 23 de ese mes, Emilio de Mesa comienza por decir que hace bastante
tiempo se necesita en Cuba una agrupación de pescadores deportivos de carácter
nacional, porque los clubes que existían no eran netamente de pescadores. Tenía
razón en suficiente medida: a pesar de que el veterano Habana Yacht Club había
comenzado dos años antes un certamen de pesca de agujas, el deporte de los
cordeles, varas, carretes y anzuelos no lograba sobresalir en las frecuentes
proyecciones sociales de las elitistas asociaciones de La Habana y otros
centros urbanos del país. Aparte, ninguna de aquellas exclusivas organizaciones
se proyectaba a escala nacional, ni en lo territorial, ni mucho menos en lo
social.
De
Mesa quería un club que fuera “exclusivamente de pescadores y para pescadores”,
condición que sería el principal requisito de admisión. Establecer records de
pesca y promover el empleo de la vara y el carrete, mucho menos frecuente que
hoy día en las prácticas de los aficionados, formaban ya parte de los
lineamientos soñados por el promotor, quien en las pocas líneas de su despacho
mostraba las previsiones de un proyecto maduro.
“… (N)o creo que exista un lugar más apropiado
para establecer la ‘casa pesquera’ del club que propongo establecer (sic), como
la cayeria este de las Doce Leguas, o sea el tramo comprendido entre el faro
de Cachiboca y el cayo Peralta” (Emilio
de Mesa: sección “Yates y Pesca”. Carteles,
La Habana, Año 25, no. 4, 23 de enero de 1944, página 64). La zona prevista
poseía potencial; estaba equidistante de los enclaves de pescadores aficionados
al oriente y occidente de la Isla, y la picada era más que satisfactoria para
los estándares de la época.
Cierto
que alguno apenas demoro en hallar que la sede del club se le alejaba demasiado
de su amado hogar, capitalino tenía que ser al cabo, y que arguyera que habría
que ser rico para ir de pesquería a sitio tan distante. En su respuesta, el
redactor de la sección “Yates y Pesca”
argumenta que el viaje ida y vuelta de La Habana a la localidad costera
de Santa Cruz del Sur, punto de embarque hacia los cayos, costaba $9.17. El tren salía por la noche de
La Habana y se estaba allí a la hora de almuerzo. “Desafortunadamente
―agregaba―, en los alrededores de los grandes centros urbanos, donde
lógicamente más pescadores existen, la pesca escasea tanto que para pescar algo
es necesario trasladarse a distancias relativamente largas y generalmente hay
que hacerlo por mar, porque precisamente por ser sitios sin comunicación
alguna, es por lo que todavía conservan pesqueros regulares” (Carteles, año 25, no. 10, 4 de marzo de
1944).
Pescadores
aficionados de la región oriental se hallaban entre los más entusiastas. Manuel
Rubio Cardonne, presidente del Club Amateur de Pesca de Santiago de Cuba,
señalaba: “este deporte es tan relativamente nuevo entre nosotros los cubanos
que si dependiéramos exclusivamente de sus adeptos estaríamos condenados a una
vida lánguida y a un lento desarrollo”. En este sentido, consideraba que el
club de pescadores de las Doce Leguas llegaría a representar la meta o máxima
aspiración del pescador deportista y en esa asociación recibiría el impulso que
lo consagraría como tal. Desde el occidente, apenas comenzaba marzo cuando un
fabricante de tabacos y cigarros nombrado José L. Piedra, quien se identificaba
como “dueño de un cayo en Cabañas”, donde “casi” tenía un club, era portador de
comentarios de varios viejos pescadores de aquella localidad, entre ellos el
experto y antiguo redactor de “Yates y Pesca”, Mr. (Federico) Lindner, los que
“no pudieron ser más favorables” respecto a la idea de fundar el club.
Una
comisión convocada por el promotor del club llego a los cayos a principios de
junio de 1944 e inicio sus labores dedicándose intensamente a la pesca. Querían
dedicarse a la captura del serrucho ―llamado “sierra”, por el pescador local,
aclara en su momento―, pero debido a que un viento sureste los mantuvo por
cuatro días recalados en cayo Cachiboca, imposibilitados de calar los anzuelos
sobre el veril, se dedicaron entonces a curricanear los canales para coger
sábalos y barracudas, una pareja de pescadores, en tres horas de pesca, acopio
151 libras de estas dos especies.

En
su crónica de 1944, del viaje en que probaron la factibilidad de su proyecto de
club, De Mesa se regodeaba de la riqueza de la zona: “En vista de que lo que
por allí se consideraba una escasez de sierra en otro lugar cualquiera hubiese
sido considerado una gran marea, decidimos pescar rabirrubias, tal vez por
añadir algo nuevo más a nuestras actividades. Nuevas emociones. Nuestros avíos
de tres anzuelos casi siempre subían llenos. La rabirrubia allí pica
constantemente, a cualquier hora del día, sin engodo, y al fondo. Ya de
retirada, pescamos en una tarde y una mañana, en conjunto, escasamente cinco
horas, y llenamos cuatro cajas de más de 150 libras cada una, que embarcamos
para nuestros respectivos hogares”.
A
Emilio de Mesa y otros pescadores de la época, pioneros en la exploración
extensa de las áreas de pesca recreativa del archipiélago cubano y en percibir
sus potencialidades para el turismo, les desconcertaba que la presencia de
agujas en las aguas del Laberinto de las Doce Leguas no tuviera expresión en
términos de picada. “Lo que sigue constituyendo un enigma para mi es la pesca
de la aguja. Este año volvimos a verlas, curricaneamos para ellas y probamos el
profundado, y nuestros avíos solo entraron en acción cuando algún que otro peje
que no era aguja se hacía cargo de ellos. Solo se me ocurre pensar que nuestras
embarcaciones no eran lo suficientemente rápidas para curricanear estos
ejemplares, y que el sistema de profundado no era el aconsejable, por correr
estos peces en muy poca agua, entre el veril y la costa de los cayos”.
A
mediados de 1945, todavía se refería el redactor a los elusivos peces de pico
de aquella zona, buscados durante tres años consecutivos, que podían aparecer a
menos de 10 brazas de profundidad y se dio el caso de un ejemplar de 87 libras,
arponeado por un pescador de sardinas “casi varada en la arena”. Las agujas de
las aguas meridionales cubanas nadan en la misma dirección que las de la zona
norte, ambas hacia el oeste, lo que dejaba sin sentido una teoría de la época,
según las cuales las del sur eran las mismas que habían pasado antes por Las
Habana y dado la vuelta al cabo de San Antonio, pero para que esto fuera
cierto, al hallarlas en aguas de la cayeria sudeste de Cuba habrían tenido que
estar nadando hacia el oriente (“La agujas de las Doce Leguas”. Carteles no. 24, 17 de junio 1945).
En
cuestión de semanas, el editor de pesca deportiva de la revista Carteles comenzó a dar cuenta de la correspondencia que arrastro
la propuesta de crear el club en Doce Leguas. Las potencialidades comerciales
del proyecto fueron rápidamente avizoradas por las clases económicamente
activas en Santa Cruz del Sur. El Rotary Club de la localidad sugirió al
periodista que debían existir dos sedes sociales, una de ellas en la ciudad y
otra propiamente en los cayos (Carteles,
año 25, no. 8, 20 de febrero de 1944).
Otro
muy motivado, pero desde la ciudad de Santiago de Cuba, era Rene P. Guitart, padre
de un chico que una década más tarde caería como un héroe en el asalto a una
fortaleza de la dictadura de Batista. Guitart, gran aficionado y hombre de
negocios entendido en números, razona: “Yo entiendo que si se obtienen 100
pescadores que puedan, aunque sea una vez al año, pasarse allí algunos días, y
se estableciera una cuota de entrada de $50, la cantidad inicial serviría para
construir un cómodo rancho, quizás si alguna embarcación o dos apropiadas y
empleados siempre disponibles para atender a los socios que lleguen. Una cuota
de $5 mensuales podría cubrir las necesidades de atención del club, empleados,
etc., etc. Y los primeros 100 serían los propietarios con iguales derechos que
los demás, pero con la satisfacción de haber realizado una estupenda obra para
ahora y sobre todo para el futuro”.
La
posibilidad de que la fundación de un club de pescadores aficionados, que desde
su mismo inicio se anunciaba como internacional (Carteles, año 25, no. 18, 30 de abril de 1944), era sin dudas vista
en toda su perspectiva económica por la sociedad de Santa Cruz del Sur, que
apenas una década antes había sido casi borrada del mapa por uno de los
huracanes más crueles que han arrasado la tierra cubana. Las muestras de
adhesión de la clase mercantil no cesaban de aparecer en la revista,
provenientes de esa localidad meridional de la provincia de Camagüey. Podía ser
el propietario de la tienda Mixta La Marina; un notario o empresarios de la
industria pesquera local. “Cooperación a una buena iniciativa” titula un suelto
el Boletín de la Asociación Nacional de Ganaderos de Cuba, exhortando, copiosos
elogios mediante, “a prestar cooperación a tan loable empeño” (Publicado el 26
de febrero de 1944). Según una carta remitida el 23 de marzo por el camagüeyano
Enrique T. Cruz , había aparecido un “rico hombre de negocios” llamado José
Puga que ofrecía ayuda, y encarecía:
“creo que es el hombre que se necesita para que sea efectiva realidad su
preciosa idea, pues tiene los barcos y los arrestos que hacen falta para
emprender esa obra que a muchos parece utópica”.
Todos
consideraban “brillante” la idea de Mesa, y se manifestaban “dispuestos a
cooperar decididamente y en forma entusiasta” para hacer realidad el club de
pesca.
Debe
entenderse, con toda lógica, que el interés individual en aquella
circunstancia, no dejaba de tener su relevancia también para tan apartada y
probablemente bastante pobre comunidad. El Dr. Berardo Álvarez Reyes le cuenta
al redactor de “Yates y Pesca” que dos años antes había tenido una idea
similar, en función de la cual disponía de un lote de terreno con una antigua
concesión para fabricar un muelle, el cual pensaba emplear para el club, del
cual señalaba que poseía casi todo el reglamento.
Durante
todo el primer semestre de 1944 estuvo Emilio de Mesa recibiendo informaciones
de los pescadores respecto a la creación del club, con ideas respecto a la
mejor orientación que podrían dar a este proyecto; el ingeniero Oscar Contreras
se había ofrecido a levantar los planos de la instalación “y hasta a dirigir la
obra de construcción”, y en algún momento pudo dar una significativa noticia:
“Por gestiones efectuadas podemos también informar que el dinero para la
construcción del edificio del club esta conseguido, y que si fuerzas mayores no
lo impiden, para el verano de 1945 estará completamente terminado el Palacio de
los Pescadores”. Con esto, la cuestión del proyecto se reducía a decidir dónde
iba a levantarse la casa club.
Cayo Contrapunteo
Aquel
que se consideraba “el más modesto y malo de los pescadores amateurs, pero uno
de los más entusiastas y fanáticos”, reconoce muy cazurro las bondades de Cayo
Rosales, su extensión, su playa, y la aguada que le hacían tan deseable. Pero
entonces, como arcángel de la llana gente pescadora, usa de palabras que la
tropa del cordel y el anzuelo entiende con meridiana claridad, quien sabe si
convendría explicar que es comprensión vespertina, casi siempre: aquel dilatado
lugar de arenas amables era invadido tarde y noche por la plaga. Mosquitos y
jejenes, cuando basta con solo uno de estos azotes para desear hallarse en otra
parte. Calamidad que comparte casi cada pedazo de tierra vecina de mar en este
trópico. Por alguna compasiva excepción del más alto designio, solo un sitio en
Jardines de la Reina era diferente: Cayo Contrapunteo. No tiene plaga, y además
es alto, aunque de pequeña extensión; cuenta con magníficos pesqueros en las
inmediaciones y ―dato técnico de primera importancia para obra de la clase
prevista―, posee buenos fondeaderos.
Los
planes del redactor de “Yates y Pesca” parecen avanzar al mejor de los ritmos y
por terrenos inmejorables, cuando el 2 de junio de 1944 se encuentra en Santa
Cruz del Sur con un grupo de notables locales, “…con la intención de celebrar
la primera junta que dejara constituido el Club Internacional de Pescadores y
redactar el reglamento que ha de regir sus destinos.” (Carteles, no.30, 23 de julio de 1944). Se designó una directiva
provisional, que presidia Emilio de Mesa, acompañado por el Dr. Berardo Alvarez Reyes (Vicepresidente),
Mario Martinez Tapia (Tesorero), Dr.
Belarmino Diaz Barreiro (Secretario) y otros más como suplentes, miembros del
Comité de Casa y el de Pesca, este integrado por Gerardo Hernandez Ocejo,
Baudilio Marce y Armando benitez.
“El cayo está prácticamente rodeado de playas,
pero principalmente en la costa sur hay una faja de más de 60 metros de
magnifica arena, a cuyos lados existen dos barras de arena que llegan a la
misma superficie de la marea alta, que proyectándose desde cada lado de esta
franja de playa van a unirse a más de una cuadra de distancia hacia el mar y en
cuya unión existe una pequeña abertura que da paso a las corrientes de flujo y
reflujo. Colocándose una pequeñas red de
malla pequeña en dicho lugar proporcionaría un sitio de excelente baño y sin el
menor temor de animales peligrosos”.
¡Adiós!
¡Adiós, sueños inmobiliarios! Entre los amenazantes insectos y la escasa
extensión del ―en verdad―paradisiaco cayo habían dado las claves para la
concepción de una obra razonable, compatible con sus propósitos y las
condiciones naturales del área. El edificio ideado por el ingeniero Contreras
muestra una proyección en planta en forma de T, con techos de tejas francesas,
para recoger el agua hacia los aljibes, solución de cubierta imprescindible,
debido a que la opción que ponía a mano la naturaleza, local, el guano, suele
teñir de amarillo el agua y podrirla rápidamente.
El
reglamento de la naciente asociación, que comienza a publicar la revista
Carteles a partir de su edición del 18 de junio de 1944, hacia énfasis en que
su principal objeto seria el desarrollo entre los asociados del deporte de la
pesca en general, alentado mediante la organización de concursos de esta
afición y las relaciones con instituciones análogas, nacionales y extranjeras.
El segundo acápite del artículo 2 del reglamento del Club Internacional de
Pescadores era terminante: “El Club no permitirá la celebración de ninguna
fiesta bailable, ni acto alguno que no responda a la finalidad eminentemente
deportiva del mismo”.
La
mayoría de los socios tendrían la condición de “numerarios” y solo podrían
llegar a la cifra de 150. En lo más alto de la categoría de afiliación estaban
los socios fundadores, y luego de ellos se hallaban los honorarios, uno de los
cuales podría ser el “Honorable Señor Presidente de la Republica”; algunos
señores que ostentaron ese elevado cargo por aquella época, dicho sea con
responsabilidad documental y sin tendenciosidad alguna, fueron a veces
señalados por la prensa como aficionados a las nasas o al palangre. Quien pagara
la cuota 500 pesos “por una sola vez”, era nombrado socio vitalicio. Los
fundadores pagaban 50 pesos de inscripción y 2 mensuales, y los numerarios, 75
de inscripción y 3 mensuales.
Los
referidos abonos daban amplios derechos, sin que se señalen otros desembolsos:
“Usar y disfrutar de la casa-club, de las anexidades de la misma y de las
dependencias del club, así como de todas las pertenencias de este y de los
servicios que el club tenga establecido o establezca, sin más restricciones que
las contenidas en este Reglamento y en las disposiciones de orden interior
dictadas por la Junta Directiva, el presidente, el comodoro, el Comité de Casa
y el Comité de Pesca” (Artículo 20).
¿Qué
habrá sido de esta revolucionaria idea? Podría decirse que el espíritu de
asociación marcaba por estos años a la afición a la pesca deportiva en el país.
Un poco más adelante un relevante yatista nombrado Rafael Posso pudo poner en
marcha el Club Náutico Internacional de La Habana, con su local social que aún
podemos ver al pasar por la avenida del puerto, sede por más de una década del
Torneo Internacional de la pesca de la aguja “Ernest Hemingway” y de otros
notables eventos.
El
21 de enero de 1945 en la sección de la revista Carteles publican este anuncio:
Club
Internacional de Pescadores (Doce Leguas)
El
plazo de inscripción para socios fundadores del Club Internacional de
Pescadores vencerá el próximo día primero de febrero de 1945.
Pasados
dos años, en las páginas de “Yates y Pesca” aparece nuevamente el relato de una
excursión de pesca a Doce Leguas. Estuvieron en los cayos Algodones, Cargado, Manuel
Gómez… (Antonio Martin: “Cinco días en las Doce Leguas”. Carteles, año 28, no. 21, 25 de mayo de 1947, página 70) No, no en
Contrapunteo.
Del
club no se ha hablado luego. En febrero de 2011, un sitio de internet daba
promoción a unos “paquetes de pesca a
mosca” en Jardines de la Reina, parece que por la misma zona donde Emilio de
Mesa proyectaba sus ideas de un club cuando aún no pasaba el siglo XX su
mitad.: la semana de pesca (6 nights accommodation/ 6 days sharing boat
based on double occupancy) comienza por un costo de $3980 o $4500 por
individuo, según el sitio de estancia. El
precio del pescado ha aumentado estratosféricamente en el Laberinto.
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