9.30.2015

EL CLUB DE LAS DOCE LEGUAS Y LA ESTRATOSFERA
No importa si vive en un rascacielos en Nueva York, un apartamento de la evolucionada Moscú o en una villa costera irlandesa: si usted es un amante de la pesca a mosca, uno de los lugares del planeta con los que usted sueña se llama Jardines de la Reina. Este título trasuntado de optimismo le fue impuesto en el siglo XV por el almirante Cristóbal Colon al  más carismático de los cuatro sub-archipiélagos cubanos, una reunión de 661 cayos e islotes ubicado en el mar Caribe, al suroeste de la isla de Cuba.
Para la mayoría de los cubanos aficionados a la pesca Jardines de la Reina no es más que otro sitio remoto donde nunca pondremos un pie. Ahora mismo, la oferta de pesca que una compañía italiana opera allí podría elevar a unos mil dólares lo que costaría a un cliente como promedio una sesión de pesca. Aunque el negocio va para dos décadas, no fueron extranjeros los que descubrieron las fabulosas cualidades de esa región para el deporte de la pesca.
En el límite meridional de ese archipiélago, justo debajo del Golfo de Ana María, se encuentra el famoso Laberinto de las Doce Leguas, que durante la primera mitad del siglo XX fue explorado obsesivamente por un imaginativo promotor de la pesca turística nombrado Emilio de Mesa. En la década del 1940, este hombre era un guía muy versado en la pesca del sábalo, estuvo varios años a cargo de la sección “Yates y Pesca” de la revista Carteles, primera publicación cubana que asumió de manera sistemática la cobertura de temas náuticos, e hizo numerosas gestiones para crear un club internacional de pesca en Jardines de la Reina.
Es fácil imaginar lo que habría llegado a ser ese lugar primigenio, si De Mesa hubiera llegado a concretar sus gestiones, sin necesidad de dejarlo en manos ajenas. El éxito del producto turístico basado en la pesca recreativa, en enclaves insulares vecinos, como Bahamas e Islas Caimán, y otros  del área, como Los Roques en Venezuela y Bahía de Ascensión, en México, poseen parte de esta respuesta. La creación, a partir de 1950, de uno de los torneos de pesca de agujas más nombrados hasta hoy, el “Hemingway”, fundado por el Club Náutico Internacional de La Habana, ofrece otra de las claves tempranas de las potencialidades del país para concebir y gestionar un producto de este tipo, pero ningún proyecto mejor concebido que el Club Internacional de las Doce Leguas.
La idea comienza a difundirse en enero de 1944. En la edición de la revista que sale el 23 de ese mes, Emilio de Mesa comienza por decir que hace bastante tiempo se necesita en Cuba una agrupación de pescadores deportivos de carácter nacional, porque los clubes que existían no eran netamente de pescadores. Tenía razón en suficiente medida: a pesar de que el veterano Habana Yacht Club había comenzado dos años antes un certamen de pesca de agujas, el deporte de los cordeles, varas, carretes y anzuelos no lograba sobresalir en las frecuentes proyecciones sociales de las elitistas asociaciones de La Habana y otros centros urbanos del país. Aparte, ninguna de aquellas exclusivas organizaciones se proyectaba a escala nacional, ni en lo territorial, ni mucho menos en lo social.
De Mesa quería un club que fuera “exclusivamente de pescadores y para pescadores”, condición que sería el principal requisito de admisión. Establecer records de pesca y promover el empleo de la vara y el carrete, mucho menos frecuente que hoy día en las prácticas de los aficionados, formaban ya parte de los lineamientos soñados por el promotor, quien en las pocas líneas de su despacho mostraba las previsiones de un proyecto maduro.
 “… (N)o creo que exista un lugar más apropiado para establecer la ‘casa pesquera’ del club que propongo establecer (sic), como la cayeria este de las Doce Leguas, o sea el tramo comprendido entre el faro de  Cachiboca y el cayo Peralta” (Emilio de Mesa: sección “Yates y Pesca”. Carteles, La Habana, Año 25, no. 4, 23 de enero de 1944, página 64). La zona prevista poseía potencial; estaba equidistante de los enclaves de pescadores aficionados al oriente y occidente de la Isla, y la picada era más que satisfactoria para los estándares de la época.
Cierto que alguno apenas demoro en hallar que la sede del club se le alejaba demasiado de su amado hogar, capitalino tenía que ser al cabo, y que arguyera que habría que ser rico para ir de pesquería a sitio tan distante. En su respuesta, el redactor de la sección “Yates y Pesca”  argumenta que el viaje ida y vuelta de La Habana a la localidad costera de Santa Cruz del Sur, punto de embarque hacia los cayos,  costaba $9.17. El tren salía por la noche de La Habana y se estaba allí a la hora de almuerzo. “Desafortunadamente ―agregaba―, en los alrededores de los grandes centros urbanos, donde lógicamente más pescadores existen, la pesca escasea tanto que para pescar algo es necesario trasladarse a distancias relativamente largas y generalmente hay que hacerlo por mar, porque precisamente por ser sitios sin comunicación alguna, es por lo que todavía conservan pesqueros regulares” (Carteles, año 25, no. 10, 4 de marzo de 1944).
Pescadores aficionados de la región oriental se hallaban entre los más entusiastas. Manuel Rubio Cardonne, presidente del Club Amateur de Pesca de Santiago de Cuba, señalaba: “este deporte es tan relativamente nuevo entre nosotros los cubanos que si dependiéramos exclusivamente de sus adeptos estaríamos condenados a una vida lánguida y a un lento desarrollo”. En este sentido, consideraba que el club de pescadores de las Doce Leguas llegaría a representar la meta o máxima aspiración del pescador deportista y en esa asociación recibiría el impulso que lo consagraría como tal. Desde el occidente, apenas comenzaba marzo cuando un fabricante de tabacos y cigarros nombrado José L. Piedra, quien se identificaba como “dueño de un cayo en Cabañas”, donde “casi” tenía un club, era portador de comentarios de varios viejos pescadores de aquella localidad, entre ellos el experto y antiguo redactor de “Yates y Pesca”, Mr. (Federico) Lindner, los que “no pudieron ser más favorables” respecto a la idea de fundar el club.
Como zona de pesca, el sub-archipiélago debe poseer un aval de los más antiguos en Cuba, si un tema como este se hallara suficientemente documentado. Emilio de Mesa puede sin dudas ser considerado entre los pioneros en la promoción de la deportividad en la pesca entre los cubanos. Grandes mareas y acopio en inusitados volúmenes de cuanta delicadeza al paladar criaran las aguas eran propios de las excursiones a la cayeria. Había quien prefería cierta playa, llamada Rosales, por el hecho de que desde allí era más accesible la captura de tortugas o jacos, mientras el medico de un central azucarero del sur de la provincia de Camagüey enumeraba entre las satisfacciones de una salida de pesca el acopio de 108 langostas en el estero de Peralta.
Una comisión convocada por el promotor del club llego a los cayos a principios de junio de 1944 e inicio sus labores dedicándose intensamente a la pesca. Querían dedicarse a la captura del serrucho ―llamado “sierra”, por el pescador local, aclara en su momento―, pero debido a que un viento sureste los mantuvo por cuatro días recalados en cayo Cachiboca, imposibilitados de calar los anzuelos sobre el veril, se dedicaron entonces a curricanear los canales para coger sábalos y barracudas, una pareja de pescadores, en tres horas de pesca, acopio 151 libras de estas dos especies.
Después de que “prácticamente llenamos las lanchas”, cuenta satisfecho el cronista de la excursión, el viento amaino y salieron a aguas abiertas por los serruchos, de los que muestran gran cantidad en las fotos, a pesar de la reticencia de los locales. La especie resultaba uno de los principales atractivos para la pesca amateur en el área; Antonio Martin, uno de los aficionados que publicaba regularmente en la sección “Yates y Pesca”, reportaba otra pesquería en Doce Leguas, unos tres años más adelante: “cogimos una gran cantidad de ‘sierras’: unas setenta por la tarde en solo tres veces que topamos la mancha” (Antonio Martin: “Cinco días en las Doce Leguas”. Carteles, año 28, no. 21, 25 de mayo de 1947, página 70).
En su crónica de 1944, del viaje en que probaron la factibilidad de su proyecto de club, De Mesa se regodeaba de la riqueza de la zona: “En vista de que lo que por allí se consideraba una escasez de sierra en otro lugar cualquiera hubiese sido considerado una gran marea, decidimos pescar rabirrubias, tal vez por añadir algo nuevo más a nuestras actividades. Nuevas emociones. Nuestros avíos de tres anzuelos casi siempre subían llenos. La rabirrubia allí pica constantemente, a cualquier hora del día, sin engodo, y al fondo. Ya de retirada, pescamos en una tarde y una mañana, en conjunto, escasamente cinco horas, y llenamos cuatro cajas de más de 150 libras cada una, que embarcamos para nuestros respectivos hogares”. 
A Emilio de Mesa y otros pescadores de la época, pioneros en la exploración extensa de las áreas de pesca recreativa del archipiélago cubano y en percibir sus potencialidades para el turismo, les desconcertaba que la presencia de agujas en las aguas del Laberinto de las Doce Leguas no tuviera expresión en términos de picada. “Lo que sigue constituyendo un enigma para mi es la pesca de la aguja. Este año volvimos a verlas, curricaneamos para ellas y probamos el profundado, y nuestros avíos solo entraron en acción cuando algún que otro peje que no era aguja se hacía cargo de ellos. Solo se me ocurre pensar que nuestras embarcaciones no eran lo suficientemente rápidas para curricanear estos ejemplares, y que el sistema de profundado no era el aconsejable, por correr estos peces en muy poca agua, entre el veril y la costa de los cayos”.
A mediados de 1945, todavía se refería el redactor a los elusivos peces de pico de aquella zona, buscados durante tres años consecutivos, que podían aparecer a menos de 10 brazas de profundidad y se dio el caso de un ejemplar de 87 libras, arponeado por un pescador de sardinas “casi varada en la arena”. Las agujas de las aguas meridionales cubanas nadan en la misma dirección que las de la zona norte, ambas hacia el oeste, lo que dejaba sin sentido una teoría de la época, según las cuales las del sur eran las mismas que habían pasado antes por Las Habana y dado la vuelta al cabo de San Antonio, pero para que esto fuera cierto, al hallarlas en aguas de la cayeria sudeste de Cuba habrían tenido que estar nadando hacia el oriente (“La agujas de las Doce Leguas”. Carteles no. 24, 17 de junio 1945).
En cuestión de semanas, el editor de pesca deportiva de la revista Carteles comenzó a  dar cuenta de la correspondencia que arrastro la propuesta de crear el club en Doce Leguas. Las potencialidades comerciales del proyecto fueron rápidamente avizoradas por las clases económicamente activas en Santa Cruz del Sur. El Rotary Club de la localidad sugirió al periodista que debían existir dos sedes sociales, una de ellas en la ciudad y otra propiamente en los cayos (Carteles, año 25, no. 8, 20 de febrero de 1944).
Otro muy motivado, pero desde la ciudad de Santiago de Cuba, era Rene P. Guitart, padre de un chico que una década más tarde caería como un héroe en el asalto a una fortaleza de la dictadura de Batista. Guitart, gran aficionado y hombre de negocios entendido en números, razona: “Yo entiendo que si se obtienen 100 pescadores que puedan, aunque sea una vez al año, pasarse allí algunos días, y se estableciera una cuota de entrada de $50, la cantidad inicial serviría para construir un cómodo rancho, quizás si alguna embarcación o dos apropiadas y empleados siempre disponibles para atender a los socios que lleguen. Una cuota de $5 mensuales podría cubrir las necesidades de atención del club, empleados, etc., etc. Y los primeros 100 serían los propietarios con iguales derechos que los demás, pero con la satisfacción de haber realizado una estupenda obra para ahora y sobre todo para el futuro”.
La posibilidad de que la fundación de un club de pescadores aficionados, que desde su mismo inicio se anunciaba como internacional (Carteles, año 25, no. 18, 30 de abril de 1944), era sin dudas vista en toda su perspectiva económica por la sociedad de Santa Cruz del Sur, que apenas una década antes había sido casi borrada del mapa por uno de los huracanes más crueles que han arrasado la tierra cubana. Las muestras de adhesión de la clase mercantil no cesaban de aparecer en la revista, provenientes de esa localidad meridional de la provincia de Camagüey. Podía ser el propietario de la tienda Mixta La Marina; un notario o empresarios de la industria pesquera local. “Cooperación a una buena iniciativa” titula un suelto el Boletín de la Asociación Nacional de Ganaderos de Cuba, exhortando, copiosos elogios mediante, “a prestar cooperación a tan loable empeño” (Publicado el 26 de febrero de 1944). Según una carta remitida el 23 de marzo por el camagüeyano Enrique T. Cruz , había aparecido un “rico hombre de negocios” llamado José Puga que ofrecía ayuda,  y encarecía: “creo que es el hombre que se necesita para que sea efectiva realidad su preciosa idea, pues tiene los barcos y los arrestos que hacen falta para emprender esa obra que a muchos parece utópica”.
Todos consideraban “brillante” la idea de Mesa, y se manifestaban “dispuestos a cooperar decididamente y en forma entusiasta” para hacer realidad el club de pesca.
Debe entenderse, con toda lógica, que el interés individual en aquella circunstancia, no dejaba de tener su relevancia también para tan apartada y probablemente bastante pobre comunidad. El Dr. Berardo Álvarez Reyes le cuenta al redactor de “Yates y Pesca” que dos años antes había tenido una idea similar, en función de la cual disponía de un lote de terreno con una antigua concesión para fabricar un muelle, el cual pensaba emplear para el club, del cual señalaba que poseía casi todo el reglamento.
Durante todo el primer semestre de 1944 estuvo Emilio de Mesa recibiendo informaciones de los pescadores respecto a la creación del club, con ideas respecto a la mejor orientación que podrían dar a este proyecto; el ingeniero Oscar Contreras se había ofrecido a levantar los planos de la instalación “y hasta a dirigir la obra de construcción”, y en algún momento pudo dar una significativa noticia: “Por gestiones efectuadas podemos también informar que el dinero para la construcción del edificio del club esta conseguido, y que si fuerzas mayores no lo impiden, para el verano de 1945 estará completamente terminado el Palacio de los Pescadores”. Con esto, la cuestión del proyecto se reducía a decidir dónde iba a levantarse la casa club.

Cayo Contrapunteo
En la edición de Carteles, del 20 de febrero de 1944, señalaba los cayos de Peralta y Cachiboca como los más apropiados para construir la sede del club. Un mes más tarde apareció otra opinión, favorable a cayo Rosales, calzada por una previsión cuando menos visionaria: contaba el lugar con una playa tan excelente como la de Varadero y sus condiciones de habitabilidad podrían permitir en el futuro la  construcción de  cientos de casas “para veranear los familiares de los socios”. Sería el empleado de un hotel de la ciudad de Camagüey, Gabriel Barreras Hernández, quien diera la propuesta de asentamiento finalmente tomada en consideración.
Aquel que se consideraba “el más modesto y malo de los pescadores amateurs, pero uno de los más entusiastas y fanáticos”, reconoce muy cazurro las bondades de Cayo Rosales, su extensión, su playa, y la aguada que le hacían tan deseable. Pero entonces, como arcángel de la llana gente pescadora, usa de palabras que la tropa del cordel y el anzuelo entiende con meridiana claridad, quien sabe si convendría explicar que es comprensión vespertina, casi siempre: aquel dilatado lugar de arenas amables era invadido tarde y noche por la plaga. Mosquitos y jejenes, cuando basta con solo uno de estos azotes para desear hallarse en otra parte. Calamidad que comparte casi cada pedazo de tierra vecina de mar en este trópico. Por alguna compasiva excepción del más alto designio, solo un sitio en Jardines de la Reina era diferente: Cayo Contrapunteo. No tiene plaga, y además es alto, aunque de pequeña extensión; cuenta con magníficos pesqueros en las inmediaciones y ―dato técnico de primera importancia para obra de la clase prevista―, posee buenos fondeaderos.
Los planes del redactor de “Yates y Pesca” parecen avanzar al mejor de los ritmos y por terrenos inmejorables, cuando el 2 de junio de 1944 se encuentra en Santa Cruz del Sur con un grupo de notables locales, “…con la intención de celebrar la primera junta que dejara constituido el Club Internacional de Pescadores y redactar el reglamento que ha de regir sus destinos.” (Carteles, no.30, 23 de julio de 1944). Se designó una directiva provisional, que presidia Emilio de Mesa, acompañado por el Dr. Berardo Alvarez Reyes (Vicepresidente), Mario Martinez Tapia (Tesorero),  Dr. Belarmino Diaz Barreiro (Secretario) y otros más como suplentes, miembros del Comité de Casa y el de Pesca, este integrado por Gerardo Hernandez Ocejo, Baudilio Marce y Armando benitez.
El 12 de junio la comisión se trasladó a  cayo Contrapunteo, donde colocaron la primera piedra de la casa club. Al retorno de este viaje, Emilio de Mesa escribe en la sección de Carteles sus conclusiones: “Aun cuando el cayo de Contrapunteo es uno de los más pequeños de aquella zona, tiene el privilegio, que nadie aun ha podido explicar, de que en ninguna época del año es afectado por las plagas de mosquitos y jejenes, cuando a pocos metros de distancia existen otros cayos en los que su permanencia es insoportable a causa de estos insectos. La altura de sus arenas es casi igual a la de los cayos más altos de cuantos visitamos, estando magistralmente protegido por barras y bajos que hacen llegar las aguas del mar con suavidad a sus orillas y como consecuencia no existe ese rumor que hacen las olas al batir en las playas. Esta cruzado por el este y el oeste por dos magníficos canalizos bastante profundos, que le dan entrada y salida a las embarcaciones por ambos lados, y en su parte norte existe un magnifico fondeadero contra toda clase de vientos, con capacidad para más de 60 barcos pegados al cayo y más de 200 en todo el espacio que forma el fondeadero, que también tiene salida por el norte, lo que hace posible , cuando existen marejadas fuertes por la costa sur, llegar a él por la parte interior, o sea entre la costa y la cayeria, cuya navegación siempre es protegida por la infinidad de cayos que existen en toda la zona.
 “El cayo está prácticamente rodeado de playas, pero principalmente en la costa sur hay una faja de más de 60 metros de magnifica arena, a cuyos lados existen dos barras de arena que llegan a la misma superficie de la marea alta, que proyectándose desde cada lado de esta franja de playa van a unirse a más de una cuadra de distancia hacia el mar y en cuya unión existe una pequeña abertura que da paso a las corrientes de flujo y reflujo.  Colocándose una pequeñas red de malla pequeña en dicho lugar proporcionaría un sitio de excelente baño y sin el menor temor de animales peligrosos”.
¡Adiós! ¡Adiós, sueños inmobiliarios! Entre los amenazantes insectos y la escasa extensión del ―en verdad―paradisiaco cayo habían dado las claves para la concepción de una obra razonable, compatible con sus propósitos y las condiciones naturales del área. El edificio ideado por el ingeniero Contreras muestra una proyección en planta en forma de T, con techos de tejas francesas, para recoger el agua hacia los aljibes, solución de cubierta imprescindible, debido a que la opción que ponía a mano la naturaleza, local, el guano, suele teñir de amarillo el agua y podrirla rápidamente.
Algo más de 20 metros de longitud habría de tener cada una de las alas de la edificación, unidas en ángulo recto, según el perfil de diseño mencionado. Tendría portales corridos a lo largo de los muros  exteriores, un dormitorio para hombres de unos 36 metros cuadrados y diez habitaciones privadas, cuyas dimensiones permitían aplicarles el nombre de “camarotes” con el que se las designaba en los planos. Las áreas más extensas eran el “living room” y el comedor.
El reglamento de la naciente asociación, que comienza a publicar la revista Carteles a partir de su edición del 18 de junio de 1944, hacia énfasis en que su principal objeto seria el desarrollo entre los asociados del deporte de la pesca en general, alentado mediante la organización de concursos de esta afición y las relaciones con instituciones análogas, nacionales y extranjeras. El segundo acápite del artículo 2 del reglamento del Club Internacional de Pescadores era terminante: “El Club no permitirá la celebración de ninguna fiesta bailable, ni acto alguno que no responda a la finalidad eminentemente deportiva del mismo”.
La mayoría de los socios tendrían la condición de “numerarios” y solo podrían llegar a la cifra de 150. En lo más alto de la categoría de afiliación estaban los socios fundadores, y luego de ellos se hallaban los honorarios, uno de los cuales podría ser el “Honorable Señor Presidente de la Republica”; algunos señores que ostentaron ese elevado cargo por aquella época, dicho sea con responsabilidad documental y sin tendenciosidad alguna, fueron a veces señalados por la prensa como aficionados a las nasas o al palangre. Quien pagara la cuota 500 pesos “por una sola vez”, era nombrado socio vitalicio. Los fundadores pagaban 50 pesos de inscripción y 2 mensuales, y los numerarios, 75 de inscripción y 3 mensuales.
Los referidos abonos daban amplios derechos, sin que se señalen otros desembolsos: “Usar y disfrutar de la casa-club, de las anexidades de la misma y de las dependencias del club, así como de todas las pertenencias de este y de los servicios que el club tenga establecido o establezca, sin más restricciones que las contenidas en este Reglamento y en las disposiciones de orden interior dictadas por la Junta Directiva, el presidente, el comodoro, el Comité de Casa y el Comité de Pesca” (Artículo 20).
¿Qué habrá sido de esta revolucionaria idea? Podría decirse que el espíritu de asociación marcaba por estos años a la afición a la pesca deportiva en el país. Un poco más adelante un relevante yatista nombrado Rafael Posso pudo poner en marcha el Club Náutico Internacional de La Habana, con su local social que aún podemos ver al pasar por la avenida del puerto, sede por más de una década del Torneo Internacional de la pesca de la aguja “Ernest Hemingway” y de otros notables eventos.
El 21 de enero de 1945 en la sección de la revista Carteles publican este anuncio:  
Club Internacional de Pescadores (Doce Leguas)
El plazo de inscripción para socios fundadores del Club Internacional de Pescadores vencerá el próximo día primero de febrero de 1945.
Pasados dos años, en las páginas de “Yates y Pesca” aparece nuevamente el relato de una excursión de pesca a Doce Leguas. Estuvieron en los cayos Algodones, Cargado, Manuel Gómez… (Antonio Martin: “Cinco días en las Doce Leguas”. Carteles, año 28, no. 21, 25 de mayo de 1947, página 70) No, no en Contrapunteo.
Del club no se ha hablado luego. En febrero de 2011, un sitio de internet daba promoción a unos “paquetes de pesca a mosca” en Jardines de la Reina, parece que por la misma zona donde Emilio de Mesa proyectaba sus ideas de un club cuando aún no pasaba el siglo XX su mitad.: la semana de pesca (6 nights accommodation/ 6 days sharing boat based on double occupancy) comienza por un costo de $3980 o $4500 por individuo, según el sitio de estancia. El precio del pescado ha aumentado estratosféricamente en el Laberinto.





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